Porque, digan lo que digan los reformistas-posibilistas, el estado español no es una democracia ni lo ha sido nunca. Quizá sea lo más parecido a una democracia que los castellanos han sabido lograr para sí pero al resto de los pueblos-nación nos da lo mismo porque no se nos respeta en igualdad.
Porque, digan lo que digan los reformistas-posibilistas, el Reino de España no deja de ser el legado del terror fascista, el «atado y bien atado» lío que dejó el dictador Franco, impuesto por la invasión italiana financiada por los banqueros anglosajones.
Porque, aunque es evidente que el TC ha prevaricado, se ha pasado de la raya siete mil pueblos y ha dejado en evidencia la falsedad de la «democracia» española neo-franquista, ni uno de los diputados y diputadas que sostienen el gobierno se le ha pasado por la cabeza siquiera imponer el poder parlamentario y destituir a TC en pleno. Ojo, que no hablo de guillotinarlos, no aún, sólo de destituirlos e ignorarlos en su intentona golpista, meterlos en la celda que ha dejado vacante Bárcenas y tirar la llave a la fosa de las Marianas, allá por la antigua colonia de las Islas Filipinas, donde fue fusilado aquel otro español-a-la-fuerza, José Rizal, héroe nacional de un país que no puede leerlo en la lengua castellana en la que escribió y paria olvidadísimo acá en la colonia romana de Hispania.
Porque éstos son los jueces intocables que el Régimen España impone, ha impuesto, impuso y seguramente impondrá de nuevo para aplastar la verdadera democracia que es, por ejemplo, el derecho de autodeterminación de los pueblos, o el control de las empresas por los trabajadores que las integran y las comunidades en que se integran, o el reparto equitativo de la tierra, etcétera.
No hay el más mínimo atisbo de voluntad revolucionaria, siquiera rupturista, lo que sería (de ser, que no es) totalmente necesario para afrontar este desafío. Por contra los abogaduchos y demás politiquillos de formación universitaria irrelevante sólo sabrán realizar aspavientos airados, brindar al Sol y acabar agachando la cabeza ante la dictadura más agravante del fantasma de Franco.

Porque como decía el Inquisidor Cisneros a los representantes de los Comuneros: éstos son mis poderes, y no es el poder judicial del que hablaba, sino del militar, nunca purgado, nunca democratizado, siempre fascista, inquisitorial, servidor del Imperio que entonces tenía sede en Flandes (alias Bélgica) y ahora también aunque sea vicaría de Washington.
Una crisis institucional así exigiría una respuesta revolucionaria pero después de haber despilfarrado el capital rupturista de la (fallida?) revolución democrática catalana por el miedito al fascismo (que es lo que el presunto macho alfa Iglesias llegaba a aproximarse al batir de pecho de un auténtico líder chimpancé, es decir: nada en absoluto, más bien es la actitud del limpiabotas), no veo yo a las hordas madrileñas ayusistas improvisando arietes para sacar del edificio redondo a los atrincherados jueces del Opus.
Que no, que Madrid es ciudad cortesana y Castilla estepa de tropa auxiliar celta… que aprendió latín chapurriau tras lo de Numancia. Que no, que Españistán no tiene remedio, mucho menos mientras Madrid exista como engrendro succionador de la escasa riqueza que produce el resto. Y ojalá que me equivoque, pero ya me he equivocado antes queriendo imaginar lo contrario.
Así no podemos, cantaba Pablo Hasél, preso político cantautor del que ninguno de estos demócratas de pacotilla quiere acordarse, lo mismo que no se acuerdan de Rizal, ni de Durruti, ni de Miguel Hernández. Cuando lo único que hacen los partidos presuntamente rupturistas es apagar el movimiento popular revolucionario, el resultado es tan triste como este: Cisneros se ha atrincherado en el Constitucional y en el Congreso de los Ratones cantan eso de quién le pone el cascabel al gato.
Despertadme cuando haya siquiera un cascabel que poner, vale?
